Diálogo (mondmilch)
***
"Montesquieu y su división de poderes vivieron ayer un día raro."
Camilo Valdecantos, El País, 02-02-05.
Uno de los interlocutores, ataviado con el traje laboral (azul consenso) que invita al pronunciamiento de las grandes verdades, en el escenario exacto de los solemnes pronunciamientos, ajusta su voz perfecta a las paredes antiguas del entorno, el timbre de las palabras cálidas o de palabras sin más, como en otras ocasiones, y entona con elegancia algo ensayado tiempo atrás ante el espejo, una convicción o una petición travestida de mandato, un grupo de sonidos que juntos parecen apuntar hacia algo, a una forma más, quizás, entre otras muchas, de ver las cosas.
- Si vivimos juntos dice-, juntos debemos decidir.
El otro, interlocutor también, que escucha atentamente, se toma un respiro. Ha esperado este momento el tiempo justo, la historia interminable justa, y sabe además que los cálculos no siempre resultan exactos, más bien al contrario, porque parten en muchas ocasiones de premisas inexactas (un simple gesto, por ejemplo, una oportunidad cronológica), porque a veces el orden de los factores (una palabra más, arriba o abajo) sí que altera el producto.
- Tenemos que poder decidir vivir juntos contesta-, la convivencia no se puede imponer. No hay cosa peor que alguien tenga que vivir contigo porque no le queda más remedio.
Si este diálogo fuese entre enamorados, quizá el resultado final sería el de divorcio; pero, ¿es éste un verdadero diálogo entre enamorados? ¿Están los dos interlocutores (rodeados de tres, cuatro, y más interlocutores) verdaderamente enamorados? Si en la mina-sima de Alzola, en Aia (Guipúzcoa), corren ríos de leche de luna, mondmilch, es que todo es posible.
Montado así, como un diálogo, podríamos recurrir a Platón (experto en diálogos) en busca de aclaración o consejo; pero este diálogo (me temo) pertenece más a la visión de Aristóteles que a la visión de Platón. Cita José Luis Pardo (en su excelente La regla del juego, Sobre la dificultad de aprender filosofía) a Pierre Aubenque a propósito de Aristóteles. Según éste, para Aristóteles, el verdadero diálogo es aquél que progresa pero que no concluye, pues sólo la inconclusión garantiza al diálogo su permanencia. El diálogo renace siempre pese a su fracaso; más aún: el fracaso del diálogo es el motor secreto de su supervivencia:
que los hombres puedan seguir entendiéndose cuando no hablan de nada, que las palabras conserven aún un sentido, incluso problemático, más allá de toda esencia, y que la vacuidad del discurso, lejos de ser un factor de impotencia, se trasmute en una invitación a la búsqueda indefinida.
Al fin y al cabo, el amor tiene estas cosas.
El otro día, a la salida del trabajo, le comentaba a una buena amiga (Mª del Prado: ¡tus quince segundos de gloria!) que me aconsejara sobre qué podía escribir esta semana.
- Estoy encallado le dije-. No sé sobre qué escribir.
- En ese caso contestó- debes escribir sobre política. La gente habla sobre política cuando no tiene nada mejor que decir.
Hablar sobre política (pensé en ese momento) es hablar de los hombres que hablan sin parar y no hablan de nada; sin embargo, pensé también, ¡cuánta importancia tiene lo que dicen!
Antes o después (porque fue antes o después de la cita de Aubenque, aunque ahora no recuerdo), las palabras de Pardo (no confundir con Prado) se cruzaron en todo esto como hacen siempre las palabras: como bendita (infinita) interferencia. ¿Tendrían sentido fuera de contexto, o en un contexto distinto para el que fueron pensadas?
Escribe José Luis Pardo en La regla del juego:
¿Cómo lograr que la locura que las cosas puedan empezar a ser lo que no eran o dejar de ser lo que son, que quien no sabe inglés pueda llegar a saberlo o que quien no ama pueda empezar a amar y quien ama pueda dejar de hacerlo, que aquellos a quienes amamos nos dejen de amar un día, o que incluso dejen de ser y nos dejen solos, que nosotros mismos podamos algún día abandonar a quienes amamos y abandonar el ser, que todo cuanto nos rodea (incluido nuestro propio ser) se nos escape de entre las manos, que es lo que pasa constantemente- sea sensata?
Sensata sensatez. Si en la mina-sima de Alzola, en Aia (Guipúzcoa), corren ríos de leche de luna, es que todo es posible. Por cierto, ¿cómo dice ese cartelito que figura al final de ciertas novelas, o de ciertas películas, y que informa que los personajes que aparecen en ellas son ficticios (nada que ver con lo real), y que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia?
11 comentarios
Cayetano -
Anónimo -
Enrique -
Cristina -
Enrique -
Cayetano -
comorr -
Enrique -
Yo también veo vacas en el cielo, como los antiguos vikingos. En el Nuevo Edda, colección de mitos nórdicos compilada aproximadamente en 1220 por el magnate islandés Snorri Sturleson se explica el origen del Universo y, sí, al parecer también allí había vacas: No había Tierra, ni Cielo por encima de ella; había un gran Abismo, y en ninguna parte había hierba. Al Norte y al Sur de esa nada había regiones de hielo y fuego, Nilflheim y Muspelheim. El calor de Muspelheim fundió gran parte de hielo de Niflheim, y de las gotas del líquido surgió un gigante, Ymer. Al parecer, había también una vaca, Audhumla, pero los físicos ya no la recuerdan; en Los tres primeros Minutos del Universo, de Steven Weinberg, sí que se cita; pero rápidamente es eliminada de las pantallas por unos elementos teóricos algo más contundentes: las famosas cargas eléctricas cero llamadas protones.
Y sí, amigo Itn, en los divorcios los que verdaderamente sufren son los hijos.
ivan mejia -
itn -
Te hará gracia ver cierta coincidencia:
http://blogia.com/bitneriaceo/index.php?idarticulo=200501281.
Cayetano -
El pecho-fuente regando un cielo de estrellas es, al menos hoy para mí, explicación más verdadera que esa explicación de materia colapsada en explosión (o implosión) que retratan los tratadistas de este siglo (aka astrólogos). Pechos leheros o penes eyaculando estrellas, más útil, más cercano. En las simas infiernos y en los cielos: Juergas de sátiros, venus, bacos ...
Si me leen a Leonardo (que tambien tenía lechería de ideas) verán que, como muchos de su época, tenína una verdadera obsesión por la perspectiva (por aquello de emparejar a la pintura con las artes liberales y la ciencia y sacar el oficio de su estatus de artesanía). ¿Es posible el diálogo en un mundo donde las líneas del horizonte varían con la mirada de cada hombre?. ¿En que punto convergen todas las líneas?
En mi caso, miro al cielo y veo otra realidad, una virgen ordeñando una vaca y salpicando el cielo de nubes blancas. Basta con colocarse a la altura adecuada y cambiar el punto de fuga, o sea la perspectiva. Lo real es múltiple, lo verdadero es solo cuestión de grado y de poder. Si hoy la ciencia (o la filosofía) proponen una teoría basta una buena promoción para "descubrir" que la Vía Lactea es "una vaca muy salada que nos da leche merengada". Tolón tolón.
Gracias por el texto Enrique, a mi me cuesta cada vez más decir algo coherente, el vino (regalo del alcohólico de Noe por sobrenombre Baco) me marea y hace que, a cada instante, varíe la línea del horizonte. No tengo las ideas claras pero cada vez veo con mayor nitidez los pechos en el cielo (o eran cántaros de miel, ya no me acuerdo).